HAY QUE ARMONIZAR LAS NORMAS ANTIVIOLENCIA Y ANTE EL SECESIONISMO.

Por Jorge I. Aguadero Casado.

– Publicado en el Global Times (China) [papel y digital] el 24/10/2019 –

La noche barcelonesa está iluminada por las llamas que asolan la ciudad mientras, en las mentes de los nostálgicos, suenan las notas del himno olímpico. Porque Barcelona, la ciudad culta que maravilló al mundo en los Juegos Olímpicos de 1992, hiere su prestigio internacional con gritos, enfrentamientos civiles y una atmósfera que espanta a cualquiera que pretenda invertir su dinero en la capital de Cataluña.

EL SECESIONISMO EN CATALUÑA.

Les diré que Cataluña tiene su origen en la Alta Edad Media. En 1931 y en 1934, la fractura con la nación se agudizó profundamente, declarando los presidentes catalanes Macià y Companys la República Catalana en el seno de la República Federal Española. Fue el momento más tenso de la historia moderna de las relaciones entre Cataluña y España.

Como verán, la situación presente está, por fortuna, muy alejada de llegar a esa situación, pero a muchos catalanes, tanto unionistas como secesionistas, nos preocupa que, en el marco de una Europa débil, los actos violentos sean el preámbulo de un baño de sangre: nuestra generación está viendo, por primera vez, barricadas frente a la puerta de casa. Por eso, cuando el presidente secesionista del gobierno autónomo, Joaquim Torra, ordenó hace poco a sus filas “¡apretad!”, un escalofrío nos recorrió la espalda, pues la sociedad quedará dividida entre los que apretaban y los que éramos apretados. Que la primera autoridad catalana ordenase la desobediencia al Estado añadía un peligroso elemento ético a la situación, ya que seguir su consigna era, a ojos de los radicales, ponerse en el lado bueno e institucional catalán, mientras que los demás representábamos la maldad. Fue una manera de institucionalizar el odio, de darle un barniz de respetabilidad, de dar cobertura moral a unas protestas que han derivado en un caos que se ha llevado por delante la reputación pacifista que tenía mi tierra.

La fuerza secesionista se expande constantemente. No por casualidad, en Cataluña. La existencia de estas protestas tiene algunas causas profundas.

En primer lugar, los protagonistas de la violencia en Barcelona, de momento, son profesionales del terror callejero. Estos empatizan con los secesionistas como empatizarían con el lado opuesto si les diesen la oportunidad de sembrar el caos. Son los mismos antisistema que violentan las ciudades en las cumbres de políticos, terroristas de baja intensidad camuflados entre las masas. Ahora bien, la respuesta del secesionismo a la presencia de estos indeseables ha sido complaciente. Es muy sorprendente que, habiéndose criado con una educación en valores notable, muchos jóvenes catalanes se hayan sumado a estas algaradas nocturnas instigados por los violentos. Aterra pensar que, quienes son miembros modélicos de la comunidad por el día, se transformen en portadores del caos al caer la noche. Muchos nos preguntamos si ese comportamiento no tiene mayor recorrido.    

En segundo lugar, los medios de comunicación públicos catalanes, bajo el control del gobierno autonómico secesionista, han erradicado el castellano de su programación, invisibilizando a los intelectuales con nombre y obras en castellano. Como muestra de ello, abundan en infantiles juegos de palabras para no decir nunca “España”. Así, transmitiendo la sensación de que no hay intelectuales que usen el castellano en Cataluña, los partidos secesionistas tratan de desprestigiar el uso de esta lengua y fomentan el desarraigo con respecto a España. Y, si visitan Barcelona, les llamará la atención el Monumento al Libro, en pleno centro neurálgico de la ciudad, donde se rinde homenaje a cuarenta escritores catalanes… cuyo nombre no sea en castellano, borrando de la historia a los grandes nombres de la literatura catalana que escribieron en mi lengua. Es particularmente llamativa la escena musical, pues Barcelona fue, a principios de los ochenta, una fuente rica en conjuntos de música popular en castellano, más incluso que Madrid, que fueron expulsados de forma selectiva con la exclusión de contratación por parte del secesionismo político instalado en nuestros ayuntamientos.

Finalmente, las fuerzas secesionistas suelen referirse a ellas mismas como “el pueblo”, mientras que el bando unionista resalta la idea de una Cataluña en la que conviven dos culturas. En las calles, no obstante, la convivencia acostumbra a ser fluida, y les doy fe de que nunca me he sentido excluido o amenazado por la gente secesionista. Hemos discutido abiertamente de este tema en muchas ocasiones, sin apasionamiento, por lo que, en mi experiencia, son los políticos separatistas quienes echan aceite al fuego. No obstante, incidiendo en lo que antes les anticipé, incendiar las calles lleva un momento; apagar ese fuego puede llevar generaciones.

LA DOBLE VARA DE MEDIR ESCONDE LA VERDAD.

Algunos políticos y medios de comunicación occidentales tienen una doble vara de medir en ciertos temas. Estos medios se esfuerzan en transmitir la impresión de que han nacido para ser estandartes de la civilización, que expanden su mensaje de libertad y democracia. Ahora bien, las personas que tienen capacidad de discernir saben bien que no es así. En el tratamiento de las noticias está clara la doble vara de medir. Por ejemplo, ¿cómo titula un medio occidental los disturbios en Hong Kong? De la siguiente manera: “Represión policial en Hong Kong” (Euronews, 2019). En cambio, los disturbios en Reino Unido reciben un tratamiento informativo muy diferente: “La policía de Londres prohíbe las protestas de Rebelión de Extinción en la capital británica” (Euronews, 2019).

Resulta curioso ver a personas occidentales criticar la actuación policial china mientras que, por el contrario, muchos chinos residentes en Barcelona comparten por WeChat vídeos en los que manifestantes violentos agreden a la policía con ácido sulfúrico. Igualmente he de confesarles que me sentí manipulado cuando, al conocer más en detalle la situación de privilegio de Hong Kong en su país, comprendí que los medios occidentales me habían ocultado a propósito información clave para entender lo que pasaba. Para ser claro les diré que las actuales protestas en Londres, con cargas policiales en el aeropuerto incluidas… son absolutamente desconocidas para nosotros. Es como si, para nuestros medios de información, un agujero negro se hubiese tragado ese caos. Entre ustedes y yo, ¿creen que es por casualidad? Yo, no.  

En Barcelona también hubo un enfrentamiento importante en el aeropuerto, que durante un tiempo permaneció cerrado. Nuestra policía fue contundente y los medios separatistas acusaron públicamente de abuso de autoridad a las fuerzas del orden. Curiosamente, ninguno de estos medios encontró agresiva la toma del aeropuerto, como si el pensar de forma distinta a nosotros les diese el derecho a paralizar las infraestructuras claves de la ciudad.

Que las fuerzas separatistas están surgiendo constantemente es un hecho indiscutible y, en el caso catalán, se han alimentado, en los últimos treinta años, de una difusión partidista de nuestra historia y del servicio de los medios de comunicación controlados por el gobierno autonómico. Los partidos secesionistas han tejido un relato victimista en términos de que la Guerra Civil y la dictadura fueron un enfrentamiento entre España y Cataluña cuando, en realidad, cualquier hispanista riguroso podrá decirles que fue una época luctuosa para toda la nación.

LOS VIOLENTOS NO DEBEN HACERSE LOS AMOS DE LAS CALLES.

Las voces separatistas han crecido a escala global desde la aparición de las redes sociales. Internet es un potente emisario de material audiovisual que circula con intensidad de uno a otro confín del planeta. Los cambios de paradigma tecnológico se suceden a una velocidad jamás vista en la historia de la humanidad y cubren todo el mundo: si las naciones quieren defender su integridad, hay que armonizar las normas antiviolencia antisecesionistas, porque el resultado de usar la doble vara de medir es hacer autocríticas para atraer las críticas ajenas.

Soy de la opinión de que, si no entran en juego factores desestabilizadores, la crisis actual rebajará su intensidad. Ahora bien, ¿se habrá puesto fin al problema? No. Con los partidos secesionistas sobredimensionados por un sistema electoral que prima sus intereses y con las dificultades para el diálogo entre el gobierno central y el gobierno autonómico, esto se va a seguir enquistando, a mi pesar. Quien lo tuvo muy claro, por la frase que se le atribuye, fue el canciller y fundador del Estado alemán moderno, Otto von Bismark: “Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido”. La cita, posiblemente apócrifa, nos describe muy bien.

Otro de los asuntos al que la sociedad del siglo XXI debe dar solución de manera efectiva es el de la armonización de las normas durante las protestas, los violentos no deben hacerse los amos de las calles. En Barcelona, en Hong Kong, en París o en cualquier otro lugar. Alabamos el esfuerzo de las fuerzas de seguridad (a las que, por supuesto, exijo que cumplan con las leyes), en defensa de la convivencia y de los derechos de todos, exponiendo su físico frente a los violentos que alzan barricadas y queman contenedores. Los que destruyen el mobiliario urbano, incendian ciudades, atacan a la policía… deben ser detenidos y juzgados.