¿Y AHORA QUÉ VAS A HACER, EUROPA?,
por Jorge I. Aguadero Casado
– Publicado en Global Times (China) [papel y digital] el 11/03/2021 –
El mundo está afectado por la pandemia. ¿Cómo ve Europa su posición en el nuevo mapa económico?
Un fundamento clave en el trabajo del Biomimetic Sciences Institute de Barcelona es poner en valor la importancia de los intangibles en la explicación de los fenómenos. Esto, tan presente en nuestra toma de decisiones, suele obviarse al analizar las actitudes de la Unión Europea. Y es por eso que, en los momentos clave, nuestro comportamiento puede parecer errático.
El momento presente, no lo duden, es clave en la configuración de un nuevo mapa económico mundial. En solo un mes se ha firmado el acuerdo Asia-Pacífico y se ha alcanzado un principio de acuerdo de inversión entre la Unión Europea y China, dos extraordinarios catalizadores de movimiento económico que suponen una tabla de salvación para las maltrechas economías de las naciones, azotadas por el COVID-19. Del primero se ha escrito mucho en medios occidentales, pues la idea de quince naciones del eje Asia-Pacífico con China a la cabeza, representando un tercio de la economía global y un mercado de 2.300 millones de clientes, impone respeto; del segundo, que ha pasado más desapercibido en los medios de comunicación de la eurozona, Bruselas y Pekín obtendrán armonización del espacio para sus empresas y la mutua aceptación de un grupo de arbitraje en lo relativo a las condiciones laborales.
Esta historia de éxitos diplomáticos tiene un perdedor transoceánico, Estados Unidos, cuya posición de dominancia en el pasado reciente corre el riesgo de disolverse como un azucarillo en el agua. La estrategia del saliente Donald Trump, su irascibilidad imponiendo aranceles a medio mundo, fue una victoria engañosa: las demás naciones se alían, se fortalecen y no se dejan avasallar. Hay todavía aspectos a mejorar desde la óptica europea (como, por ejemplo, el tema de las ayudas públicas a la industria y el acceso total a los sectores energético y cultural), pero ambas partes demostramos ser capaces de entendernos y de no necesitar de la tutela del inquilino de la Casa Blanca.
No obstante, los europeos hemos tenido que hacer equilibrios de alto riesgo: los intangibles que les anticipaba. El primero es que sean ustedes, precisamente, nuestros socios de futuro. El Gobierno de Estados Unidos, habitualmente intervencionista en los asuntos ajenos, no estará satisfecho con que su aliado europeo negocie con su mayor rival comercial. Además, la crisis de identidad norteamericana (lo que comenzó manifestándose como la existencia de racismo estructural en las instituciones públicas ha derivado en las tensiones golpistas que llenan las páginas de los periódicos de todo el mundo), lastra su maniobrabilidad para formular una nueva estrategia de relación con las naciones.
El segundo intangible es el tiempo. Nuestras negociaciones avanzaban muy lentamente (han sido siete años de discusión) mas, coincidiendo con los días de inestabilidad norteamericana, nos hemos vestido de gala para ir juntos al baile. Esto, entre llamados a la UE del presidente de Estados Unidos entrante, Joe Biden, para pactar una posición común en lo relativo a las relaciones con China, que han sido apartados de la agenda europea. Me pregunto qué lectura hacen en Whashington del hecho de que se avanzase en nuestro acuerdo apenas unos días tras la firma del Brexit en Nochebuena (otro intangible: simboliza una nueva era), viendo que la UE ha superado el duelo del portazo británico para entenderse con ustedes.
Mas no va a ser un camino fácil: Europa lucha por su supervivencia. La llamada “crisis del euro”, desde finales de 2007, se alimentó del miedo a una crisis de deuda soberana debido al incremento de la deuda privada y pública: ¿se imaginan cómo será el escenario al que se aboca la UE tras la cuarta ola de COVID-19? Eso, suponiendo que las vacunas funcionen como esperamos y que las campañas de vacunación sean bien ejecutadas. Sospecho que los países del norte no podrán cumplir con sus compromisos de ayuda económica al sur. Ya en enero de 2020 todos suponíamos que la pandemia por COVID-19 iba a destrozar las economías mundiales y que la eurozona frugal no sería la excepción a este fenómeno. En este contexto, que Daimler (Mercedes-Benz) recortase drásticamente su plantilla en febrero pasado fue un aviso a navegantes: quien espere que Alemania acuda en socorro de otras economías, va a tener que armarse de paciencia.
Europa ha despertado de golpe y bracea en medio de la tormenta, con el agua al cuello, por lo que, en mi opinión, los europeos haremos bien en aprovechar la oportunidad que nos brinda esta alianza con China para converger, tanto como sea posible, también con los otros asociados del acuerdo Asia-Pacífico. Por tanto, aunque desde Estados Unidos pueda parecer errático el repentino acercamiento europeo a China, la suma de intangibles despeja las incógnitas.
¿Se apartará Europa de los Estados Unidos, cada vez más lejos psicológicamente y de hecho?
Los españoles fuimos potencia mundial y ahora nos peleamos entre nosotros por migajas, un fenómeno análogo al de Europa siguiéndole el juego a la Norteamérica trumpista cuando nos impuso aranceles abusivos. Siento, desde el viejo continente, que la Casa Blanca me perdió el respeto: el presidente entrante, Joe Biden, lo va a tener muy difícil para recomponer las relaciones con la UE. De momento, veamos si es capaz de arreglar el monumental problema que afloró en el Capitolio y después, si la coyuntura lo permite, de que su administración se entienda bien con el maltratado México, con China y con Europa. Y no le va a ser fácil, si me permiten la apreciación, pues haría bien en no olvidar que tiene en su contra a 75 millones de votantes de Trump que no nos miran con afecto. De ahí, del miedo que el Gobierno de Estados Unidos tiene a su propia población, el excepcional despliegue militar con el que están tratando de proteger sus instituciones civiles.
Ha de haber una respuesta que armonice nuestros deseos de prosperar y, si en verdad Estados Unidos quiere acompañarnos, será bienvenido. Pero se equivocarán si identifican este mensaje con debilidad: no aceptaremos que Norteamérica nos compre cadenas de oro. Desbloquearía nuestro corazón tratando a sus amigos y a sus rivales con respeto, compartiendo las oportunidades en beneficio mutuo. Porque, a decir de Shakespeare en “Hamlet”, el futuro es un país desconocido por el que levantamos nuestras copas por muy mal que esté la situación presente. Solo cooperando podrá, la especie humana, alcanzar la estrella más brillante en el firmamento.
Las relaciones entre Europa y Estados Unidos han sido, tradicionalmente, tan fructíferas como complejas. Por una parte, es indudable que el pensamiento norteamericano es una variante del que se originó en Europa, pues no en vano los actuales EE. UU. fueron colonia nuestra y sus órganos de administración reproducen el modelo del viejo continente. Mas, por otro lado, se escindieron y su pujanza económica nunca gozó del aprecio continental.
Posiblemente por eso, lo que más duele al europeo medio, en relación con EE. UU., es el desdén con el que nos están tratando. Sabemos que las naciones, en el legítimo derecho que tienen para defender sus intereses, adoptan posiciones de fuerza. ¡No somos ignorantes! Pero se trata de una medida final, cuando no hay otra alternativa en las negociaciones, no de una carta de presentación. Las malas formas que ha venido mostrando estos años nuestro aliado, quien ya avisó con los lemas “América primero” y “Haz América grande otra vez”, lo han alejado de nuestro corazón. El primer lema nos sonó a “los demás no importáis” y el segundo, aplicado a una nación con menos de mil años de historia, nos pareció, cuanto menos, poco serio. En cambio, China nos ha invitado a formar parte de su propósito de futuro compartido con el acuerdo de inversiones, dando alas a un stock europeo de inversiones cercano a 150.000 millones de euros.
Entonces, desde la posición europea, ¿cómo encontrar motivos para no alejarnos de quien nos ha hecho daño? Está claro que, con el cambio de presidente en Estados Unidos, algunas cosas van a cambiar, pero no creo que haya muchos europeos que vean en Biden un punto y final a la era del presidente saliente. Habrá cambios y las relaciones se destensarán, pero sería infantil suponer que van a ser como antes de la llegada al poder de Trump: las empresas europeas, confiando en que el mercado norteamericano era un lugar seguro en el que invertir y mercadear, han tomado nota de la situación. China, por el contrario, nos está abriendo las puertas. Y, volviendo a los intangibles, cuando se tiene el corazón partido porque un viejo amor lo ha hecho trizas, nada es más reparador que abrirnos a nuevos horizontes donde, probablemente, seremos más queridos.
Los europeos de mi generación, en espíritu, queremos sentirnos por siempre jóvenes: no tenemos miedo al cambio de estaciones, a no vivir para siempre o a que un socio nos retire la palabra. Somos una sociedad madura que tuvo un pasado esplendoroso y que, ante el presente fecundo en dudas, se arremangará la camisa para labrar un futuro de esperanza para los nuestros. Los europeos, como los chinos, somos navegantes. Va por ustedes: “(…) Me voy contigo. / Países que nunca / vi ni compartí, contigo / ahora sí los voy a vivir” (Sartori & Quarantotto).
¿Participará Europa en una diplomacia equidistante entre China y Estados Unidos, o jugará una función equilibrada e independiente?
En este complejo equilibrio de las relaciones internacionales hay que zambullirse profundamente y sopesar que, por la pandemia, muchas personas están viéndose arrojadas a la pobreza cuando han trabajado duro, toda la vida, para forjarse un futuro. Hay que tomar posición por un mejor reparto porque no hablamos de lujos: lo que está en juego es poder hacer tres comidas al día. Les digo esto porque los europeos no hemos nacido en una tierra donde no hay qué comer y estemos obligados a someternos al más abusón, como en las historias en las que una fiera terrible devora a los infortunados: si Europa se ve forzada a seguir cortando lazos con Estados Unidos, no tengan dudas de que lo hará, a su pesar. Recuerden la cita de Eurípides: “Mi dios es mi panza” (“El cíclope”).
La voluntad europea no es la confrontación entre bloques, sino la prosperidad en buena relación con las demás naciones. Siendo que el modelo norteamericano representa el individualismo exacerbado y que China está siendo el ejemplo más eficaz de colectivismo, el europeo se sentía cómodo manteniendo una posición equidistante, bajo el concepto de un capitalismo moderado y creciente sensibilidad social. Sin embargo, la era Trump y la crisis del COVID-19 han resultado en que nuestro aliado norteamericano nos ha apretado las tuercas en los sectores más débiles con castigos arancelarios y alentando el Brexit, además de expresar su voluntad de acaparar vacunas mientras la enfermedad nos golpeaba sin piedad. Me posiciono: con un aliado así, no necesitamos enemigos. Por tanto, ¿a quién puede sorprender que la UE amplíe su vinculación comercial con China?
El acercamiento entre nuestros pueblos nos va a seguir aportando riqueza. Cuando su presidente, Xi Jinping, visitó nuestro continente a finales de 2018, sus discursos enfatizaron la oportunidad histórica de acercarnos sin recelo, de construir puentes entre nuestras formas de concebir la existencia, de tomar lo mejor de dos mundos y de dejar en herencia, a los jóvenes, un futuro de oportunidades. Podía parecer un lenguaje protocolario pero, con el paso de las estaciones e incluso en situación de pandemia, veo que los acuerdos que propone China son firmes.
Con respecto a las perspectivas que nos suscita el acuerdo de inversión UE-China, Europa se equilibra entre la prudencia ante un marco de garantías que veremos con el tiempo si cubre nuestras expectativas y el deseo de hacer negocios juntos. Mi experiencia personal trabajando con China, con cada artículo que he escrito para Global Times, no puede ser mejor. La misma sensación que he sentido entrevistando a la cónsul general de China en Barcelona, Lin Nan, cuyo mensaje ejemplifica la diplomacia de su nación: nuestros pueblos han de fortalecer sus vínculos culturales y comerciales, prosperando juntos en respeto y amistad. Entonces, si ustedes fuesen europeos, ¿con quién preferirían plantearse el futuro? ¿Con quien se muestra irrespetuoso o con quien propone caminos negociados para ampliar el mercado en común? Por esto, me inclino a pensar que, aunque la Unión Europea y Estados Unidos seguirán siendo socios comerciales, la vinculación entre China y Europa va a ser cada vez más sólida y fértil.